domingo, 10 de octubre de 2010

Día de caza

Quiero compartir con vosotros un texto que he tenido que escribir para un ejercicio de clase. Consiste en escribir un texto libremente, cuyo único contexto debe ser el otoño. He aprovechado para colar una pequeña reflexión al final del texto...obviamente no la he introducido en el texto que tengo que presentar, pero como en el blog siempre me ha gustado meter algo de polémica he visto perfecto añadir una reflexión a modo de conclusión

La mañana es silenciosa. Un sol tímido intenta calentar sin mucho éxito la mañana. Se escucha el leve crujir de las ramas y una perdiz lanza su canto ensordeciendo la mañana. El olor a naturaleza invade mi nariz, la humedad de la tierra con el caer de las primeras gotas del otoño, los juncos orgullosos en su eterna guardia con el Guadalquivir...Supone un auténtico placer ver como los galgos engañan a las liebres y las guían a una muerte segura.
El viento crea sonidos que podrían engañar a un lego, pero no a un cazador. Sigo esperando la aparición de mi presa, pero no supeditando mi felicidad al mero hecho de disparar mi escopeta. Es algo más que eso. Los días de caza son pequeños tesoros que guardo en mis recuerdos, bajo la paz y la pereza de la naturaleza, con la que me encuentro en divina armonía. Esta paz sólo consigue ser violada con la rápida aparición de un conejo por detrás de los olivares. Entonces, prendo mi escopeta y me dispongo a dar alcance al animal, y mientras el proyectil dibuja su letal parábola mi pensamiento se remonta hasta medio millón de años atrás en el tiempo, y viajo hasta encontrarme con mi antecesor en este mismo páramo, un Homo Antecessor que sigue desde hace tres días a su presa, un gran ciervo de lomos definidos por sus largas carreras y una cornamenta que bien podría lucir en el salón de cualquier gran cazador que se precie.
En este contexto es donde empezó la lucha por excelencia del ser humano: la supervivencia. En esta partida los dos contrincantes juegan en igualdad de condiciones, aunque no lo parezca. Nuestro Homo Antecessor cuenta con una rapidez y agudeza que hoy en día no tiene el actual ser humano, y el ciervo al que se dispone a dar caza está diseñado para reaccionar si sospecha que el movimiento ligero y suave de una rama es producto del que pretende ser su verdugo en este combate. La Madre Naturaleza ama por igual a los dos seres, dentro de una armonía en que se gana, se pierde y la vida sigue su curso. Que la flecha acierte o no no tiene importancia, este ciervo será cazado tarde o temprano y nuestro cazador seguro que encontrará su premio en otra ocasión.

Quizás, el conejo al que acabo de disparar no tenga el mismo sentido que tenía ese ciervo para nuestro antepasado, puede que sólo sea un capricho de una mañana de caza, pero sigo pensando que La Madre Naturaleza nos quiere a los dos por igual. Mi proyectil ha acertado, al animal le siguen temblando las piernas traseras, fruto del esfuerzo que ha hecho por evitar este desenlace. Lo meto en el maltrecho saco y continuo mi ruta por la rivera de este histórico río, al que lamento despertar de su letargo con el sonido de mis disparos.
Mis botas están cubiertas de una fina capa de agua debido al rocío de las jaras, una pequeña brecha en mi pantalón me hace recordar que el ser humano no está diseñado para ser el cazador perfecto, y que una caída fruto de un resbalón al intentar dar alcance a una presa recién cazada puede hacer honor al famoso sintagma: “el cazador cazado”.

La mañana está terminando y siento que ya no soy el mismo, y no es que me sienta mal por tener mi saco habitado con algún que otro animal muerto, sino que este mismo saco, en otros tiempos, pesaba mucho más. ¿Me estaré haciendo mayor?

Ahora viene mi reflexión...¿Qué diferencia a esta práctica tan común y normalizada de la fiesta nacional por excelencia? Pienso que si al coto de caza que frecuento le instalaran una especie de gradas y se cobrara la entrada, la diferencia sería mínima. Y con esto ni estoy criticando a la caza ni al toreo, solamente hacer a un llamamiento a los que hoy en día se autodenominan “tolerantes”. Yo, personalmente, me río de esa tolerancia. Si la tolerancia es acabar con una tradición que nació cuando ninguno de los que hoy en día se manifiestan habían nacido, valga la redundancia, a mí me pueden llamar intolerante.
Actualmente se está produciendo en España una especie de psicosis por discutir toda ley que tenga más de treinta años de antigüedad. Está bien abogar por el progresismo y por el desarrollo en todos los aspectos posibles, pero me parece bochornoso querer jugar a ser Dios y adaptar la sociedad a la conveniencia de unos pocos.
Hay cosas mucho más importantes de las que preocuparse, y es que en el ruedo muere un toro, pero a diario mueren millones de niños en el mundo...¿Cuántas veces nos hemos manifestado por ellos?

Con esto no me posicionado en un lado o en el otro del debate, eso lo dejo para vosotros. Personalmente y aunque haya escrito esta reflexión, tengo más argumentos en contra que a favor del toreo, pero no soy un autotaurino confeso, por lo menos no tanto como para llegar a manifestarme.

Saludos!

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