sábado, 20 de febrero de 2010

Todo el mundo tiene derecho a ser feliz

Toda la gente que sigue este blog se estará preguntando por qué de un día para otro, después de una escritura continuada donde ni el periodo de exámenes hacía que se frenara tanto la publicación de entradas...poco a poco he ido dejando de escribir. ¿Inspiración? ¿estado de ánimo? creo que necesitaba volver un poco a la soledad que me ofrece la habitación de mi piso, donde a través del humo de un cigarro puedo imaginar mil y una situaciones, donde el botellín de cerveza medio vacía con una colilla dentro es mi única compañía, donde se agradece el escuchar las gotas de lluvia salpicando en el adosado de debajo de la ventana, y donde sólo escuchas el viento golpear la persiana, o como no, al pesado de tu compañero con una de sus tantas reuniones con sus amigos hasta altas horas de la madrugada. La verdad es que todo esto sólo puedo encontrarlo aquí, en Granada, la ciudad donde todo es posible.

Sí, TODO. Aquí es posible descubrirse a uno mismo, descubrir que los hombres también lloran, y que dentro de un chico al que le gusta ir con la ventanilla de su coche bajada, escuchando alguna letra donde puede sentirse identificado, pero como no, con el volumen de la música lo suficientemente alto como para no escucharte ni a tí mismo, también se encuentra un chico al que le gusta llegar a su habitación y escribir. Un chaval que piensa en la escritura como una forma de desconectar de lo que le rodea y poder expresar cosas que quizás de otra manera no podría. Hoy es sábado y lo confieso, son las 3 de la mañana, hay ciertas personas que con el concepto que tienen de mi piensan ¿qué hace este loco aquí? ¿cómo es posible que con toda la chulería que atesora pierda el tiempo escribiendo tres o cuatro párrafos mal contados en lugar de quemar la noche? Hay veces en los que estos momentos son necesarios, ahora sé que estoy loco, pero más cuerdo que nunca.

A veces uno piensa cuál es el camino correcto hacia la felicidad, pero sinceramente ¿existe ese momento en el que somos felices al 100 %? ilusos de nosotros si pensamos eso. Puede que sí, hay momentos en los que decimos cosas tales como: ahora sí soy feliz. Pero la felicidad, como todos los placeres de la vida, es efímera. La felicidad lleva al miedo por un camino que podría recordar al de una autovía cualquiera, sentirse felices también quiere decir que dentro de esa supuesta felicidad existe asociada a ella un miedo, un miedo a perder esa felicidad, un miedo que es algo así como la caña y la tapa en cualquier bar de Granada: con tu consumición favorita también viene tu tapa, pero ojalá fuera tan sencillo como eso. Toda sensación de felicidad va acompañada de un miedo interiorizado a que pase cualquier cosa que lo estropee todo, y ya no sólo es el miedo, es la duda, y ya no sé que es peor, porque dudar de lo que te hace feliz es lo más normal del mundo. Tanto tiempo sin tenerla, que cuando te llega...no puedes evitar dudar si esa felicidad es 100 % real. Piensas algo así como: aquí hay gato encerrado, esto no puede ser así de real y de bonito, algo falla seguro.
Precisamente ese pensamiento es el que estropea el mundo que puedes llegar a crearte.

¿Existe la felicidad duradera? espero que sí, y todo el mundo tiene derecho a ella, incluso la persona más despreciable de La Tierra tiene derecho a su ración.

Otra de las trabas que siempre pone la felicidad es el deseo natural del ser humano por querer conseguir siempre más y más y más...la avaricia rompe el saco, el ansia de saber no siempre es productiva. Apuesto que la persona que lo tiene todo, un coche de lujo, una casa de ensueño, dinero en abundancia, el amor con el que siempre ha soñado...no se ha dado todavía por satisfecho, siempre querrá mas, y se sentirá infeliz por no conseguirlo. Volvemos entonces a lo efímero, lo que no dura.

Es por esa limitación por la que debemos disfrutar lo que se nos ofrece, saborearlo y no estar pensando siempre en lo que pueda pasar. Sabemos que siempre hay miedo, temor a perder, pero si vivimos permitiendo que la duda se apodere constantemente de nosotros nos sentiremos vacíos por dentro. Hay que dejar que el agua del río siga su cauce. Al igual que cuando se construyen casas en los cauces de ríos secos y en algún momento la madre naturaleza hace que la lluvia los llene de agua, produciéndose así catástrofes lamentables, si nos empeñamos en poner diques limitando el cauce de nuestro río, en algún momento todo eso se desbordará, y nos sentiremos aún peor de lo que podíamos temer en un principio. A veces interrumpimos algo de raíz por temor a lo que pueda pasar, pero, ¿qué puede pasar? ¿va a pasar algo sólo porque nuestro miedo nos lo diga? ¿vamos a permitir que el torrente del río acabe con nosotros? dejemos que el agua fluya, que el río llegue a la mar.

Como decía Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre, nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar. Cuanta razón tiene, así que imaginaros lo que pasaría con nuestras vidas si intentamos modificar la trayectoría del río. Sería comparable a cualquier catástrofe natural. Pero en este caso no hablamos de ningún desbordamiento ribereño, estamos hablando de nuestros sentimientos, de nuestro querer y ser queridos, de nuestra vida, de la que sólo nosotros somos dueños, y nosotros y sólo nosotros somos los encargados de que podamos tener una buena desembocadura.

Todo el mundo tiene derecho a ser feliz, no se le pueden poner diques al mar.